martes, 21 de octubre de 2008

Cherchez la sobrassade

Hoy he llegado a casa con ganas de sobrassada. De sobrassada y de esas tostaditas que vienen en bolsitas y que chorizo por las mañanas en el desayuno. Caminaba por el pasillo imaginándome su textura y su sabor, casi podía olerla. Pero cuando he destapado babeante el papel del Colmado Santo Domingo, un festival de verdet o sea moho me ha saltado a la cara. Una minúscula civilización había decidido nacer en mi sobrassada. La he tapado y la he vuelto a destapar, por si acasao. Pero no. Según mi madre, si lo de dentro no está mohoso se puede comer. Pero una diarrea en París no es algo que me llame mucho la atención, y más teniendo el baño al final de un larguísimo pasillo. Así que me he comido las tostadas con una mierda de manzana.

Roto mi último vínculo material con la sacrosanta mallorquinidad (las quelitas se me acabaron el tercer día, tal era mi nostalgia), he sentido una especie de desprendimiento, casí físico diría yo. El correspondiente vínculo con España, un tanto maltrecho ya de por sí como secuela de mi adolescencia catalanista, ya había quedado liquidado cuando el viernes pasado llegué de clase y vi que dejando la botella de aceite de oliva mal tapada y en horizontal había logrado algo increíble, inundar el armario y el resto de alimentos. Así, con tan simbólicos estropicios, siento que me he convertido definitivamente en la apátrida que siempre quise ser pero que a la vez temía. Las señales del cosmos no pueden ser más claras (ni más guarras). Ahora puedo ser una nómada que camina con el viento.

Por eso las madres siempre te dan sobrassada cuando vives fuera, aunque cuando estés en casa ni la pruebes. Porque la sobrassada, tan grasienta y cilíndrica, es ante todo el cordón umbilical que une al mallorquín emigrante con su mallorquina patria. Una madre no puede permitir que un mallorquín se aleje más de 100 km de la isla sin sobrassada. De ahí el curioso fenómeno de las tres o cuatro sobrassadas colgando a la vez en las cocinas de los pisos de estudiantes de Barcelona, tantas como compañeros de piso mallorquines. La ensaimada cumple también la misma función de cordón umbilical, aunque esté enrollada en sí misma.

Por suerte mi hermano viene en dos semanas, y como en mi casa esto de la apatridia creo que no les termina de hacer gracia, y yo paso porque seguro que me hacen rellenar más papeles y recorrer más despachos ... adivinad lo que traerá bajo el brazo.

1 comentario:

Omar dijo...

Se echaba de menos esta manera de escribir (¿más mundana?) eres capaz de arrancar múltiples sonrisas. Sigue posteando a menudo, el zumo mañanero sabe mejor.